"Ser poeta es encontrar en otros la propia vida. No encerrarse; darse a todos; ser sin ser melancolía, y ser también mar y viento, memoria de las desdichas." Gabriel Celaya
Lloverás en el tiempo de lluvia, harás calor en el verano, harás frío en el atardecer. Volverás a morir otras mil veces. Florecerás cuando todo florezca. No eres nada, nadie, madre. De nosotros quedará la misma huella, la semilla del viento en el agua, el esqueleto de las hojas en la tierra. Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras, en el corazón de los árboles la palabra amor. No somos nada, nadie, madre. Es inútil vivir pero es más inútil morir.
No es nada de tu cuerpo, ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre, ni ese lugar secreto que los dos conocemos, fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro. No es tu boca -tu boca que es igual que tu sexo-, ni la reunión exacta de tus pechos, ni tu espalda dulcísima y suave, ni tu ombligo, en que bebo. Ni son tus muslos duros como el día, ni tus rodillas de marfil al fuego, ni tus pies diminutos y sangrantes, ni tu olor, ni tu pelo. No es tu mirada -¿qué es una mirada?- triste luz descarriada, paz sin dueño, ni el álbum de tu oído, ni tus voces, ni las ojeras que te deja el sueño. Ni es tu lengua de víbora tampoco, flecha de avispas en el aire ciego, ni la humedad caliente de tu asfixia que sostiene tu beso. No es nada de tu cuerpo, ni una brizna, ni un pétalo, ni una gota, ni un gramo, ni un momento: es sólo este lugar donde estuviste, estos mis brazos tercos.
He aquí que tú estás sola y que yo estoy solo. Haces cosas diariamente y piensas y yo pienso y recuerdo y estoy solo. A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos. Como una droga mía y tuya somos, y una locura celular nos recorre y una sangre rebelde y sin cansancio. Se me va a hacer llagas este cuerpo solo, se me caerá la carne trozo a trozo. Esto es lejía y muerte. El corrosivo estar, el malestar muriendo es nuestra muerte. Yo no sé dónde estás. Yo ya he olvidado quién eres, dónde estás, cómo te llamas. Yo soy sólo una parte, sólo un brazo, una mitad apenas, sólo un brazo. Te recuerdo en mi boca y en mis manos. Con mi lengua y mis ojos y mis manos te sé, sabes a amor, a dulce amor, a carne, s siembra, a flor, hueles a amor, y a mí. En mis labios te sé, te reconozco, y giras y eres y miras incansable y toda tú me suenas dentro del corazón como mi sangre. Te digo que estoy solo y que me faltas. Nos faltamos, amor, y nos morimos y nada haremos ya sino morirnos. Esto lo sé, amor, esto sabemos. Hoy y mañana, así, y cuando estemos en estos brazos simples y cansados, me faltarás, amor, nos faltaremos.
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad. ¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor Que se han pronunciado sobre la tierra y Se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras de amor Están entre dos gentes que no se dicen nada. Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral Y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero Cuando digo: "qué calor hace", "dame agua", "¿Sabes manejar?", "se hizo de noche" Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, Te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero"). Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: Guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana Para entender las cosas. Porque esto es muy parecido A estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
Cuando tengas ganas de morirte Esconde la cabeza bajo la almohada Y cuenta cuatro mil borregos. Quédate dos días sin comer Y veras qué hermosa es la vida: Carne, frijoles, pan. Quédate sin mujer: verás. Cuando tengas ganas de morirte No alborotes tanto: muérete Y ya.