martes, 18 de mayo de 2010

Qué más da


Qué más da el sol que se pone o el sol que se levanta,
la luna que nace o la luna que muere.

Mucho tiempo, toda mi vida, esperé verte surgir entre las nieblas monótonas,
luz inextinguible, prodigio rubio como la llama;
Ahora que te he visto sufro, porque igual que aquellos
no has sido para mí menos brillante,
menos efímero o menos inaccesible que el sol y la luna
alternados.

Más yo sé lo que digo si a ellos te comparo,
porque aún siendo brillante, efímero, inaccesible,
tu recuerdo, como el de ambos astros,
basta para iluminar, tú ausente, toda esta niebla que
me envuelve.

Esperaba solo

Esperaba algo, no sabía qué. Esperaba al anochecer, los sábados. Unos me daban limosna, otros me miraban, otros pasaban de largo sin verme.
Tenía en la mano una flor; no recuerdo qué flor era. Pasó un adolescente que, sin mirar, la rozó son su sombra. Yo tenía la mano tendida.
Al caer, la flor se convirtió en un monte. Detrás se ponía un sol; no recuerdo si era negro.
Mi mano quedó vacía. En su palma apareció una gota de sangre.

En medio de la multitud

En medio de la multitud le vi pasar, con sus ojos tan rubios
como la cabellera. Marchaba abriendo el aire y los cuerpos;
una mujer se arrodilló a su paso. Yo sentí cómo la sangre desertaba
mis venas gota a gota.
Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad. Gentes extrañas pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derritió con leve susurro al tropezarme. Anduve más y más.
No sentía mis pies. Quise cogerlos en mi mano y no hallé mis manos; quise gritar, y no hallé mi voz. La niebla me envolvía.
Me pesaba la vida como un remordimiento; quise arrojarla de mí. Mas era imposible, porque estaba muerto y andaba entre los muertos.

No decía palabras

No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante,
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.

La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.

Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.

Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es pregunta cuya respuesta nadie
sabe.

Si el hombre pudiera decir

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad
de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en
alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.